Existe una predisposición biológica que impulsa a las niñas a jugar a ser madres y a los niños, a enfrentar a ‘los buenos’ con ‘los malos’
Durante siglos dos colores han representado la feminidad y la masculinidad. Niñas de rosa y niños de azul. Aún hoy sigue vigente en ciertas capas de la población cada vez menos representativas y restringidas: se tiende a limitar esta simbología, cuando no a ridícularizarla. Vamos igualando patrones en la medida en que la sociedad, afortunadamente, progresa en la igualdad entre hombres y mujeres. Los patrones de comportamiento masculino tienden a superponerse a los femeninos, caminando hacia una igualdad posiblemente inalcanzable.
Llegada la época navideña, en las familias con niños y niñas en edad de jugar se regalarán, a pesar de lo que he comentado, muñecas a las niñas y coches, camiones o trenes, a los niños. Existen aún secciones de juguetes para niñas y secciones de juguetes para niños. Puede que llegue un día que los niños jueguen con muñecas y niñas con coches, trenes o camiones. En todo caso, se trata todavía de algo no frecuente y posiblemente seguirá así siempre.
La tendencia a igualar el patrón masculino al femenino hará su camino a través de la educación. No podrá, sin embargo, con los argumentos ligados a la biología. Existe una base biológica que es el sustrato sobre el que la educación trabajará. Si estos limites biológicos, o sería más adecuado hablar de condicionantes, se caracterizan por ser universales y afectar tanto a hombres como a mujeres, debemos plantearnos si los hay vinculados al sexo. Lo que siempre separará lo genuinamente femenino de lo masculino tiene que ver con el hecho de jugar o no jugar con muñecas.
En el juego los niños tienden a imitar a los adultos. Cualquier objeto circular podía imitar el volante de un coche. Hace décadas pocas niñas veían conducir a sus madres y muchos niños veían conducir a sus padres: ellos estaban más atraídos por jugar a la conducción de vehículos.
Los mecanismos imitativos son fundamentales en el proceso educativo. Padres y madres que mantienen una relación basada en el respeto mutuo, en el intercambio de roles en el hogar, que respetan sus respectivos trabajos, erradicarán posturas machistas de los jóvenes. Las niñas no verán como ajenas las actividades que desarrollan sus padres y los niños no harán lo propio con las lleven a cabo sus madres, básicamente porque no se verán como exclusivas de uno u otro sexo. Esto ocurrirá en la medida en que los adultos tengamos aficiones y actividades menos ligadas al hecho de ser hombres o mujeres. Siempre quedarán algunas preferencias que irán dejando de ser exclusivas. Cada vez hay más hombres que cocinan y mujeres aficionadas al fútbol. Aún cuesta verlos cosiendo, mientras que planchar sigue siendo ingrato para ambos.
La diferencia de la maternidad
Lo que no vera nunca un niño es a su padre dar el pecho al hermanito recién nacido. De ahí que la predisposición de un niño a jugar con muñecas será siempre inferior que la de las niñas. La maternidad nos hace diferentes, solo ellas pueden vivirla como lo hacen. Cierto es que algunos padres no pierden la oportunidad gozosa de acompañar a sus hijos en su crianza desde los primeros días de su vida. Asisten al parto, acarician la piel del recién nacido –una experiencia inigualable–, cambian pañales y comparten con la madre el rápido crecer de los pequeños. Antes los hombres se marginaban de esta vivencia.
Pero a pesar del progresivo cambio en la actitud del hombre respecto de sus hijos bebés, el sentimiento que proporciona la paternidad jamás tendrá la riqueza de matices de la maternidad. De ello parte la pulsión natural de las niñas hacia las muñecas. Cuando las mujeres tenían en la maternidad su función primordial, ellas eran su único juego o, por lo menos, su preferido. Ahora, enriquecida su vida con más opciones, se ha ampliado el campo de sus ilusiones.
Se puede apreciar que entre los juguetes más apetecidos por los niños existen también figuras humanas o artilugios con aspiraciones humanoides a los que suelen poner voz y a los que enfrentan entre ellos siguiendo pautas de series televisivas que se encargan de ponerlos de moda. La tendencia del varón a la confrontación podría considerarse una característica común en el género masculino. Es cierto que aunque se estén superando los juguetes bélicos, existe, entre las preferencias de los hombres niños, la tendencia a jugar a enfrentar a ‘buenos’ y a ‘malos’ de manera ancestral y permanente. El instinto de confrontación podría estar vinculado a las actividades primitivas del género que tenía que defender a los suyos. En todo caso, esta correlación se entiende que puede ser más extinguible por la educación que el instinto maternal que anida en cada mujer.
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