miércoles, 18 de mayo de 2011

Niños bien alimentados, adultos sanos

La prevención y la educación se convierten así en la mejor inversión de futuro y en el arma más eficaz para luchar contra los alarmantes índices de obesidad infantil existentes. Según los últimos estudios, en España la tasa de niños obesos se sitúa en torno al 14% de la población pediátrica, cifra que ascendería hasta un 26,4% si se le añade el grupo de niños con sobrepeso. La mayor disponibilidad de alimentos inadecuados, tanto en cantidad como en calidad, y un cambio hacia estilos de vida más sedentarios han conducido a lo que ya se considera una de las pandemias del nuevo milenio también en la población infantil: la obesidad.

Para evitar engrosar estos porcentajes, la educación nutricional debe ser efectiva e incidir en tres niveles: el niño, la familia y la escuela. Está comprobado que la mayoría de los programas de prevención deben introducirse durante los primeros años de vida, momento en el que se establecen los hábitos y conductas dietéticas y de estilo de vida. La prevención deberá ser todavía más exigente en aquellos niños con factores de riesgo conocidos.

Así pues, desde edades tempranas deben inculcarse unos hábitos de alimentación y de estilo de vida apropiados que contribuyan a mantener un peso ideal sin afectar a su crecimiento y desarrollo.

Nutrición en cinco comidas

Las necesidades nutritivas de la población infantil están condicionadas por la etapa de crecimiento, el desarrollo de los huesos, dientes, músculos, etc… En este sentido, las exigencias energético-proteicas de un niño son más elevadas que las de un adulto.

Los requisitos energéticos se relacionan con la ingesta calórica que se precisa para atender tres cuestiones: cubrir el metabolismo basal (valor mínimo de energía necesaria para que el organismo pueda subsistir), mantener la tasa de crecimiento adecuada y desarrollar actividad física. Para atender estas necesidades el aporte energético deberá proceder entre un 50 y un 60% de los hidratos de carbono, entre un 25 y un 30% de los lípidos (grasas) y en torno a un 10 o un 15% de las proteínas.

En cuanto al aporte proteico, por edades, se establece en 16 g/día para niños de entre 1 y 3 años; 24 g/día en edades de entre 4 y 6 años y de 28 g/día para el grupo de 7 a 10 años.

Entre los minerales y vitaminas esenciales en la ingesta de un niño figuran, principalmente, el calcio, necesario para que el crecimiento óseo sea adecuado. Como se sabe, la principal fuente de calcio es la leche y derivados.

El hierro también se sitúa entre los minerales fundamentales para el organismo infantil. Hay que tener en cuenta que los niños de entre 1 y 3 años son los más susceptibles de sufrir deficiencias de hierro. Por tanto, hay que poner cuidado en que los alimentos sean ricos en este nutriente. El zinc, por su parte, es un mineral esencial para el crecimiento y, como tal, es necesaria su presencia en la dieta infantil con unos 10 mg al día. Los alimentos más ricos en zinc son las carnes y los pescados. En la edad infantil también es prioritaria la vitamina D, necesaria en la absorción del calcio.

Como pauta general, para una distribución equilibrada de la alimentación es necesario habituar al niño a hacer cinco comidas diarias: tres de ellas –desayuno, comida y cena- con un aporte energético alto y las otras dos, almuerzo y merienda, con un consumo calórico medio. Como consejo nutricional básico infantil se puede establecer de forma genérica un consumo de al menos medio litro de leche diario. Además, deben evitarse las grasas de origen animal, rehuyendo la ingesta de dulces y de bollería industriales.

De forma diaria, deben incluirse alimentos ricos en fibra. Es más aconsejable tomar la fruta entera ya que incluye toda su fibra. Por norma general, deben evitarse fritos y precocinados. En el caso de la repostería, mejor si es casera.

La importancia del peso ideal

A la vista de las crecientes cifras de obesidad infantil, actualmente se hace prioritario seguir los consejos nutricionales descritos. La obesidad en la infancia y en la adolescencia es cada día un motivo de consulta más frecuente. Se trata de una enfermedad compleja, de carácter crónico, originada por un trastorno metabólico que conduce a una excesiva acumulación de energía en forma de grasa corporal respecto al valor esperado según el sexo, la talla y edad del individuo. En los niños obesos, la definición de obesidad puede no ser siempre precisa debido a que muchas veces se observa también en ellos un aumento de la masa libre de grasa.

Las causas de la obesidad están todavía por establecer debido a la implicación de factores muy variados entre los que figuran los ambientales, genéticos, neuroendocrinos, metabólicos, conductuales y de estilo de vida. Se trata de un aspecto sanitario de tal calado que la persistencia de la obesidad infantil hasta la edad adulta aumenta significativamente el riesgo de padecer patologías tan graves como diabetes mellitus, enfermedad cardiovascular, hipertensión, colecistitis (inflamación de vesícula biliar) y colelitiasis (cálculos en vías biliares).

Para conseguir un tratamiento con éxito es necesaria la disminución de la ingesta calórica en relación con el gasto energético, enseñando, tanto al niño como a su familia, hábitos de alimentación y de estilo de vida apropiados.

Abordaje multidisciplinar

Para realizar una evaluación diagnóstica de la obesidad debemos comprobar, en primer lugar si realmente el niño presenta exceso de grasa. La mayor parte de los pacientes que acuden a una consulta de endocrinología pediátrica por obesidad presentan causa de origen exógeno (externo al individuo), también denominada obesidad simple. Es en una minoría de pacientes en la que se confirma un diagnóstico de síndrome dismórfico o por alteración hormonal.

Para determinar el diagnóstico de obesidad simple o esencial, es necesario llevar a cabo una adecuada historia clínica, una exploración física y algunas exploraciones complementarias que se indicarán de forma individualizada, según la información obtenida en la historia y evaluación física.

De toda la experiencia acumulada en la atención médica de la obesidad infantil debemos concluir que es difícil de tratar, pero no imposible, y debe ser abordada por un equipo multidisciplinar. El adelgazamiento del niño obeso es muy beneficioso. No obstante, pediatras, enfermeras y dietistas deben tener en cuenta el riesgo de iniciar dietas de adelgazamiento sin una completa valoración previa, con la ayuda de psicólogos y psiquiatras al inicio del tratamiento con el fin de identificar aquellos pacientes que pueden presentar factores de riesgo de trastornos de la conducta alimentaria y, de este modo, evitarlos.

Dieta adecuada en tres fases

Desde el punto de vista médico, para instaurar con acierto una pauta dietética en casos con obesidad, deben conocerse, en primer lugar, las costumbres del niño y su familia, su forma de vida, historia clínica, las posibles complicaciones añadidas a la obesidad y si existen o no trastornos del comportamiento alimentario. Una vez conocidos los hábitos alimenticios, debe establecerse una dieta personalizada, adecuándola a los gustos, horarios, nivel socioeconómico y posibles complicaciones. Lo ideal es ofrecer unas pautas de alimentación que incluyan todo tipo de alimentos en las cantidades adecuadas para evitar, así, el rechazo de los niños y sus familiares.

En esta línea, es esencial que los padres comprendan que la base del tratamiento es conseguir modificar los hábitos de alimentación y de estilo de vida de toda la familia, ya que la implicación activa de los padres mejora los resultados terapéuticos.

El tratamiento de la obesidad suele realizarse en tres fases sucesivas. La primera es la del inicio del tratamiento, etapa en la que no se debe pretender disminuir el peso sino estabilizarlo a la vez que inculcar unos hábitos de alimentación y estilo de vida saludable. Por lo tanto requiere un cambio de conducta en el que la influencia de la familia juega un papel primordial.

La segunda fase será la de adhesión al tratamiento, en la que debe asegurarse la comprensión, aceptación y realización del tratamiento propuesto. Por último, la fase de mantenimiento es la etapa en la que se debe seguir supervisando la consolidación de los hábitos alimentarios y la práctica de ejercicio físico regular. Además hay que subrayar que en cada una de las fases de tratamiento deben contemplarse tres pilares básicos: la modificación de la ingesta energética por debajo del gasto energético, el aumento de la actividad física y la modificación de la conducta alimentaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario